27 de junio de 2008

Momentos...


Por mucho que le hubiera gustado no dejó que su corazón dominara el rumbo de su vida. Como siempre, la razón era la que guiaba sus pasos. Ignoraba si esto estaba bien o mal. Ella quería creer que así debían de ser las cosas, pero en lo más profundo de su ser, habitaba la dichosa pregunta… “¿y qué pasaría si…?”

¿Qué pasaría si un día rompiera con todo? ¿Y si un día no se comportaba como la persona responsable que todos creían que era? ¿Y si un día gritara hasta desgarrar las nubes? ¿Y si lo dejara todo por esa persona? ¿Y si desnuadara su alma delante de él?

En esas ensoñaciones se encontraba cuando su voz la hizo despertar.

- Eh!? Estás bien? Llevo un buen rato aquí delante intentando contarte las cosas que quedan pendientes antes de irme de vacaciones y no me haces ni caso!
- Ah! Sí, sí, perdona… Estaba… estaba…
- Es igual, déjalo que si no no acabamos nunca. Mira, como te decía tienes que acordarte de llamar a éste para pedirle la documentación que nos falta. Tampoco olvides hacer el seguimiento de…

“Bla, bla, bla…” eso es todo lo que en realidad estaba escuchando. Y es que cada vez que lo tenía frentea frente, no era capaz de pensar en nada más.

- Que sí, que sí. Tú vete tranquilo.
- ¿Seguro?
- Sin duda! de otras peores he salido!
- Bueno, pues… nos vemos ya el año que viene, no?
- Sí, el año que viene…
- Que tengas buenas fiestas, y disfruta con los tuyos!
- Igualmente.

Casi no había ternimado de pronunciar estas palabras cuando el muchacho cerró la puerta tras de sí dejando un gran vacío y frío, mucho frío. Estrechándose los brazos miró por la ventana siguiendo el camino que Juan tomaba, y saboreaba en sus labios las palabras que le había dedicado ” Que tengas buenas fiestas, y disfruta con los tuyos!”. Una tímida sonrisa apareció en su cara mientras susurraba:- Si tú supieras, si tú supieras…

Pasaron las fiestas y como era costumbre, Rosa esperaba impaciente el regreso de Juan. Ese días se había levantado media hora antes, tenía que estar espectacular después de tantos días sin verle. Se enfundó unas medias color café que resaltaban su piel morena, la falda roja que en otras ocasiones había provocado algún guiño gracioso de su compañero, ella sabía que no le dejaba indiferente. Sus pies vestían aquellos zapatos que llevaba cuando le vio por primera vez.Un poco de rimel, sombra de ojos discreta. “El punto justo para ocultar defectos sin enterrar la belleza natural” es como solía decir, no le gustaban nada esas mujeres que se ocultaban detrás del maquillaje.

Como un flan llegó quince minutos antes a la oficina. Decidió acercarse al bar de siempre, encender un cigarro y esperar como cada mañana.-¿Qué te pongo Rosa? ¿Lo de siempre? - preguntó un dormido camarero desde la otra punta de la barra.- Sí Paco, lo de siempre.

Tomó asíento en la mesa de la ventana. Desde ahí podía controlar el camino que Juan tomaba habitualmente. Temblándole el pulso, alzó su café para comenzar con el ritual: acercarlo suavemente a sus labios, aspirar su aroma, dejar que el vaho empañe los cristales de sus gafas y sólo entonces, cuando recuperara de nuevo la visión, dar el primer sorbo. Un sorbito pequeño, de esos que se dan cuando no quieres que se te acabe nunca, cuando no quieres que ese momento pase…

Pero a diferencia de otras ocasiones, esta vez ocurrió. Terminó su café y Juan todavía no había aparecido. Habitualmente lo hacía antes de llegar a los posos de azúcar que, con paciencia, esperaban en el fondo de su taza a ser delicadamente recibidos en la cuchara de metal para morir en unos carnosos labios.

- ¿Algo más Rosa?- Nnn…nno Paco, gracias. Oye, ¿qué hora tienes?- Las nueve menos dos minutos. Hoy te has entretenido más de lo normal ¿eh?- Sí, se me fue el santo al cielo. ¿Me cobras, por favor?

Camino de la oficina se inventó una y mil excusas. Diferentes finales para una misma historia, ¿qué le habría pasado a Juan? Pero lo que está claro es que ninguna de ellas se parecía a lo que en realidad encontró…
Al entrar, lo primero que hizo fue mirar al sitio de Juan. Nada. Vacío; y cuando digo vacío me refiero a completamente vacío. Ni siquiera estaban sus fotos, ni rastro de sus bolígrafos, ni su taza de café. Nada!Rosa comenzó a asustarse. Miró a su alrededor y se dirigió rauda hacia el despacho del director.

- Javier, ¿tienes un momento?- Sí claro! Lo que necesites Rosita. Por cierto ¿qué guapa vienes hoy ¿no?
- Gracias Javier - contestó tímidamente.
- ¿Y bien? ¿qué es eso que querías contarme?
- Más bien es una pregunta… ¿Sabes dónde está Juan? es que… es que tenía unas cosas pendientes con él y…
- Rosa ¿aún no te has enterado?
- ¿Enterarme de qué?
- Hace un par de semanas me llamó y me dijo que había encontrado una buena oferta en su ciudad. Me dijo que lo sentía muchísimo pero que no podía rechazar la oferta, que necesitaba estar cerca de los suyos y que era el momento.
- …
- Rosa ¿te encuentras bien? De pronto has…
- No, no. Me encuentro perfectamente, sólo que hace demasiado calor aquí, pero ahora lo soluciono
- dijo quitándose el abrigo y la bufanda.
- ¿Algo más? si no tienes más que contarme…
- No, nada más Javier. Gracias.

Y diciendo esto salió del despacho. El suelo temblaba bajo sus pies. ¿Qué Juan no volvería?
“Con los suyos”. Esas palabras resonaban una y otra vez en sus oídos.La vista se le nublaba, un vacío sentía bajo sus pies. La cruda realidad llamó a la puerta de su vida.Qué tonta había sido si alguna vez pensó que Juan… ¿cómo podía haber sido tan ilusa?

Desde entonces nada fue igual. Rosa trabajaba y trabajaba sin parar. Alguna vez hablaba con él. Claramente era Rosa la que llamaba ¡qué iba a esperar!Sabía que no debía hacerlo, que cada vez que eso ocurría su mundo volvía a derruirse; pero le costaba tanto estar sin él… lo echaba tanto de menos!

Pasaron los años. Rosa estuvo 7 años con su novio, se casó y tuvo tres hijos… pero nunca pudo olvidar a Juan.Y Juan… ¿quién sabe qué ocurrió con Juan? Llegó un momento en que hasta Rosa dejó de saber de él, pues se cansó de llamar y de no recibir respuesta. Durante muchos años esperó una llamada, un “vamos a quedar”, un “qué tal estás” e incluso, por qué no, un “te echo de menos”; pero nada de eso ocurrió.

Cierto día, lo que son las cosas, una anciana caminaba por el parque disfrutando de una soleada tarde de primavera. Esa mujer solía inventar historias, imaginar qué habría pasado si…Y entonces ocurrió. Ese día en el banco que está junto al sauce en el que solía descansar sus pies había alguien más.Poco a poco se acercó y sólo cuando estuvo a su altura notó algo… Su corazón dio un vuelco como hacía tiempo que no ocurría.Al pasar cerca de él un olor despertó viejos recuerdos. Ese perfume… sólo podía ser una persona.

Lo miró. La miró. Se miraron.Una fugaz sonrisa se cruzó entre ambos. La ternura invadió sus miradas y sus corazones se abrazaron de nuevo.Sin embargo ni una sola palabra fluyó.Silencio. Sentimientos danzando en el aire. Deseos y fantasías compartidas.

Por primera vez en muchos años, Rosa no descansó y continuó su camino. ¿Qué habría pasado si me hubiera parado? ¿Qué habría pasado si le hubiera dicho en su día lo que me hacía sentir? – se preguntaba.
Mientras tanto, un anciano hombre se levantó y siguió su camino acompañado por sus pensamientos… ¿Qué habría pasado si le hubiera pedido que viniera conmigo? ¿Qué habría pasado si le hubiera dicho lo que sentía de verdad?

Lentamente, con el peso de los años sobre sus hombros, ambos continuaron su camino sin volver la vista atrás. Quizá, si lo hubieran hecho, habrían descubierto que sus almas seguían tirando en dirección contraria, buscando en silencio pero a gritos ese alma gemela tan cercana, tan lejana.

Y yo me pregunto, ¿qué habría pasado si por un momento hubieran escuchado al corazón en vez de la razón? ¿Qué habría pasado si hubieran aprovechado esa oportunidad que el destino les brindó una tarde de primavera bajo aquél sauce llorón?

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