2 de noviembre de 2008

El Cartero Que Nunca Recibió Cartas De Amor.


Me preguntó el cartero si creía en el amor y con cara de sorpresa, pero convencido y elevando la voz dije: sí, creo. Me preguntó después el cartero si creía en el perdón y arqueando bien las cejas y con un gesto burlón le dije: sí, creo. Se quedó en silencio, mirando, de pie junto a su motocicleta amarilla y preguntó: ¿Y cree que en el amor es importante el perdón? Cada vez más extrañado, aunque intrigado por la actitud del cartero, contesté: Sí, claro, me parece importantísimo. Callado, se quitó el casco, lo dejó colgado del manillar y mientras se tocaba el pelo, dijo: ¿Y alguna vez perdonó por amor? Casi al borde de la molestia por la intromisión, dando un paso decidido al frente dije: ¿Se puede saber a qué vienen estas preguntas? Mirándome directamente a los ojos, dejando descubrir la pena que reflejaban los suyos, me dijo: Llevo más de quince años dedicándome cada mañana a repartir el correo de la gente. No me considero alguien especialmente cotilla, pero suelo adivinar cuando se trata de una carta de amor. En ocasiones perfuman los sobres, dibujan corazones o hasta dejan la huella del carmín con la forma de los labios lacrando el sobre. Y cuando abro el buzón del destinatario y la dejo caer, me siento triste porque pienso que yo nunca he recibido una carta de amor. Puedo decirle lo que se siente al depositarla a través de la ranura, pero no sé nada acerca de la sensación de llegar a casa y abrir una. Sólo quería saber qué se experimentaba.

- Vaya, lo siento. Y siento también si en algún momento me he puesto violento, pero me incomodaban sus preguntas al final -dije. Pero entonces, ¿por qué me preguntaba sobre el perdón?- Oh, verá. Es que hace algunos meses, harto de entregar cartas y más cartas de amor y no ver mi nombre nunca escrito, me quedé con una que le enviaban a usted. No recuerdo el remitente, aunque sé que era un nombre precioso de mujer. Y en ella, con un tono apenado y arrepentido, esa persona se preguntaba si usted sería capaz de perdonarla. Aquella carta la extravié involuntariamente, puedo asegurarle que pretendía devolvérsela sin dejar huella de mi lectura, pero se traspapeló. Créame si le digo que fue uno de los días más emotivos de mi vida. -Hizo una pausa, nervioso, se disculpó por la pérdida.- Está bien, no se preocupe -le dije. Supongo que en cualquier caso aquella carta llegaba tarde. Pero permítame exigirle algo a cambio de su falta. Si un día vuelve a encontrar aquel sobre por su casa, no me lo haga saber, simplemente devuelva personalmente la carta al mismo domicilio del remite y mientras se lo extiende a su dueña, dígale de mi parte que efectivamente creo en el perdón, que efectivamente creo en el amor y que, desde su partida, también creo en el dolor.


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