28 de agosto de 2008

Consejo Médico.

- ¿Cómo estás?
- Psshh…
- Y eso ¿eso cómo es?
- Anda, lárgate enano!

El pequeño, con eso de ser pequeño, continúa frente a ella, con los brazos ocultos tras su espalda donde guarda su gran secreto.

- ¿No me has oído? Te he dicho que te largues!
- No puedo…
- ¿Y eso?
- Psshh…
- contestó con una traviesa mueca.
- ¿A qué has venido? ¿A reirte de mí?
- Gritó su hermana enfadada.
- No, es que me daba la sensación de que con eso me querías decir que estabas triste, y como yo me pongo triste cuando me dices que me largue, pues…
- …Lo siento! ¿Me perdonas, enano?
- Dijo mientras le hacía un hueco junto a ella en la cama, consiguiendo así que los ojos del pequeño recuperaran la vitalidad con la que se acercaron a ella.
- "Pues claro hermanita!" y sin haber terminado la frase, ya se había acurrucado a su lado, cuidándose para no desvelar el secreto, eso vendría ahora…
- ¿Sabes qué?
- Tú no te das por vencido, eh? Qué.
- Pues que estuve pensando y…
- Yyyy? - preguntó ahora con una mezcla de impaciencia y diversión.
Deseaba saber qué le pasaba ahora por su hermosa cabecita pero lo cierto es que quería encerrarse en la habitación acompañada exclusivamente por la soledad.
- Creo que tengo la solución
- Comentó entre sonrisas.
- ¿La solución? ¿Para qué?
- Pues para ti, para lo que te pasa.
- ¿Sí? ¿Y qué es lo que me pasa según tú, picarón? - y dicho esto, se volvió hacia él, apoyando su cabeza en la mano y olvidando todo lo demás por un instante. Era la primera vez en esos días que conseguía olvidar…
- "Pues te pasa que te duele el corazón" - fue la inocente respuesta del niño, respuesta que inquietó a la joven hacíendola saltar como un resorte - "Por eso te he traído un regalo" - una sonrisa acompañó a sus ágiles brazos que ahora se tendían hacia ella aguantando un gran bulto.

Sorprendida, no era capaz de articular palabra. Era increíble… ¿cómo un mocoso era capaz de llenarla tanto? Agarro el paquete con un entrecortado "gracias" y mientras lo abría contenía las lágrimas para no dejar de parecer esa chica dura a la que no puede hacerle daño nada ni nadie, esa chica que nunca llora, que no se emociona.

Era blando al tacto, agradable. Rasgó el papel y de pronto lo vio…

- Así seguro que te curas, sea lo que sea. He visto que siempre que le pasa algo a papá, mamá le da una pastilla de esas y se pone bueno!

El escudo se rompió, la armadura se desarmó y el dique de sus ojos se quebró.

- ¿Estás llorando? - preguntó sorprendido y compungido - "Yo sólo quería…"
- Ssshhh… No digas nada. Lloro de alegría pequeño, sólo con verlo se me ha quitado un poquito el dolor - le contestó tiernamente envolvíendole entre sus brazos.

Mientras, ella pensaba que ojalá fuera todo tan fácil. Su hermano no podía comprender que el dolor no siempre se cuida con medicinas, y más difícil le sería entender que, aunque le doliera el corazón, el daño no lo tenía ella.
Y es que a veces, cuando se hace daño a los demás es cuando sangra el propio corazón.

Y así, entre risas y lágrimas, entre la alegría y la pena, abrazada fuertemente al niño, su pensamiento voló hacia él. Deseaba que encontrara la persona que le hicera feliz, alguien que no le hicera sufrir, esa persona que hace de aspirina y vitamina, de paño de lágrimas y nariz de payaso; la única medicina para el sufrimiento, el símbolo de división para cuando vista la tristeza y el de multiplicación cuando acompaña la alegría.

A ella ya le había llegado. "Que paradógico" pensó "¿por qué la vida es tan injusta? ¿por qué mi felicidad ha de traer el dolor para aquella persona que tanto quise?"

Y es que hay cosas que son difíciles de entender hasta para los adultos.

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